VISIBILIZANDO A LOS CACATAIBOS
Por Guillermo Reaño
Hablar de los pueblos en aislamiento voluntario en nuestro país resulta
peligroso. Y no porque exista una prohibición expresa para hacerlo,
sino porque la presencia de estos peruanos invisibles en territorios
repletos de recursos naturales por extraer molesta a algunos, subvierte
intereses de los que vienen apostando por una geografía solo dispuesta a
la voracidad de las industrias extractivas y los megaproyectos siglo
XXI. Genera escozor y rabia. Sin embargo, su presencia es un hecho
insoslayable, una contradicción más de las tantas que existen en este
país inconmensurable y lleno de extravíos.
El texto de Beatriz Huertas sobre los pueblos indígenas en aislamiento
del 2002 constituye una de las piezas más lúcidas que conozco sobre
tamaño problema sin resolver. Allí la antropóloga comenta que son 14
los pueblos indígenas que siguen huyendo del contacto con occidente y
se repliegan en lo más recóndito de las selvas de Madre de Dios,
Ucayali, Cusco y Loreto. Hace unos días, como lo ha comentado con rigor
una nota de la Sociedad Zoológica de Frankfurt, un grupo de ellos,
mashco-piros presionados por la tala ilegal que destruye sus
territorios, atacó a un joven de la localidad de Monte Salvado en el
interior de la Reserva Territorial que el Estado les ha asignado. El
caso, felizmente, no ha servido esta vez para cacerías de brujas y
nuevas correrías.
El libro de Huertas, editado por IWGIA; el magisterio de Alberto Chirif;
la lectura de los relatos de Paul Marcoy, el francés que recorrió la
amazonía del sur en 1846; las conversaciones con Lelis Rivera, de
CEDIA, durante un viaje a través del Mainique y la terca lucha de la
gente del Instituto del Bien Común (IBC) -Richard Smith, Margarita
Benavides, en su tiempo Renzo Piana y Valeria Biffi, Carlos Soria y
María Rosa Montes- han ido alimentando mi interés y preocupación por
estos hombres y mujeres que resisten, armados de lanzas y piedras, la
invasión que les sigue llegando desde los Andes y amenaza con
evaporarlos. ¿Por qué se afanan en vivir, desnudos y sin ninguna
posibilidad de imponerse, en esos bosques que otros ambicionan? ¿qué
es lo que los incita a diáspora tan triste y silente? Para la Dra.
Huertas su aislamiento no debe entenderse como una situación de no
contacto con respecto al resto de la sociedad, sino como una actitud de
supervivencia. Se rehúsan al contacto porque históricamente éste ha
sido desfavorable para sus congéneres. La respuesta cae por su propio
peso: siguen huyendo para no morir.
No voy a explayarme en tema tan controversial y lleno de detalles
antropológicos, biológicos y éticos. Valga esta introducción para
presentar el maravilloso libro que el IBC acaba de poner en circulación
sobre los cacataibos en aislamiento voluntario de las nacientes del
río Aguaytia, al sur de la Cordillera Azul, a un paso de la
congestionada Pucallpa y la tristemente célebre Marginal de la Selva.
Se trata de la edición del trabajo de Abner Montalvo, un antropólogo
que visitó la región a inicios de la década del cincuenta y que
después de todos estos años se animó a publicar esta historia
alucinante sobre los ancestros de los cacataibos del 2010, un relato
vivido sobre los que se asimilaron a la nación peruana y los que aún
continúan indómitos.
El libro, Los Kakatai, etnia amazónica del Perú, resulta en ese
sentido una especie de piedra de la Rosetta para quienes se han dedicado
por años al estudio de este pueblo indígena. Un hallazgo casual, una
suerte de pergamino perdido en los confines del pasado. Abner Montalvo
era un estudiante de la facultad de Etnología de la Universidad de San
Marcos cuando se subió a un camión, el primero de los muchos
vehículos que tuvo que tomar, para llegar al río San Alejandro, uno de
los afluentes del Aguaytia. Ocho días le tomó culminar la odisea que
comenzó en Lima aquel verano de 1952. Dos años vivió entre los
kakatai del río Nöka-San Alejandro, sesenta años le ha tomado
regresar para contar su historia.
A los profesionales del IBC, que no conocían el trabajo de Montalvo, la
noticia del manuscrito del estudioso les debió haber sonado a música
celestial. Me imagino los rostros de Dick Smith y de Margarita Benavides
después de la primera lectura de este vademécum sobre los kakatai y
los kamanös o camanos, los calatos a los que hacen referencia los
pobladores de las comunidades nativas próximas a sus territorios cuando
hablan de los indígenas no contactados que suelen ingresar a sus
chacras o atisban en el bosque. Montalvo permaneció con los kakatais,
adultos y ancianos en su mayoría, entre los años 1952 y 1953, gracias a
los buenos oficios de un curaca local que lo presentó como
“representante del presidente del Perú”. La información que recogió
de los mayores de la comunidad hacía referencia al modo de vida kakatai
durante las primeras décadas del siglo pasado, una época de guerras
interétnicas y correrías alentadas por los caucheros.Con excepción
del curaca, todos los kakatai que conoció se apellidaban Bonzano, en
honor a un cauchero de origen italiano que los había sometido
pacíficamente poco tiempo atrás. Montalvo se contactó con los kakatai
cuando estos vestían como occidentales y solo se desplazaban sin ropa
cuando se internaban en el bosque. Los más jóvenes ya hablaban
castellano y algunos se habían licenciado en el ejército.
Recomiendo el libro de Montalvo, en realidad un atlas etnográfico sobre
el pueblo kakatai. Diré algo más: dos son los conceptos básicos,
siguiendo el relato del joven estudiante de etnología sanmarquino, para
entender la cosmología kakatai: ñushí y nö. El ñushí es el
espíritu de los seres animados e inanimados. Todos los elementos del
bosque, los ríos, la tierra, los cielos tienen un ñushí que les da
vida. La palabra nö kakatai, en cambio, designa a los enemigos y puede
aplicarse a los ñushís de los seres que habitan el cosmos (animados o
inanimados). También se aplica la palabra nö, usada como sufijo, a los
otros, a los que no pertenecen a la comunidad kakatai. Pueden ser
ajenos al mundo kakatai como los shipibos (chamas), asháninkas (campas)
o mestizos (mozos) o, también puede aplicarse el término a kakatais
con los que no hay cercanías o con los que simplemente existen
distanciamientos.
He gozado con el libro de Abner Montalvo y estoy seguro que sus páginas
serán de mucha utilidad para los estudiosos que siguen tercos en la
defensa de los pueblos en aislamiento voluntario, de estos hermanos que
decidieron evitar el contacto para salvarse de lo peor de nosotros. Y
felicito a mis amigos del IBC, especialmente a Margarita Benavides,
editora del recientemente publicado Atlas de las Comunidades Nativas y
Áreas Naturales Protegidas del Nordeste de la Amazonía Peruana, otra
maravillosa contribución de su institución al estudio y valoración
del Perú.
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